Lo estamos haciendo. No vemos dominios alrededor nuestro. Cuando emitimos un juicio, lo que normalmente hacemos es dictar un veredicto basado en ciertas observaciones. Las afirmaciones, por lo tanto, juegan un importante papel en el proceso de fundar nuestros juicios. Si no somos capaces de proporcionar afirmaciones, no podemos fundar nuestros juicios.
Al introducir afirmaciones generamos confianza en ese juicio. Ello es un factor importante en la competencia de fundar juicios. La cantidad de afirmaciones que somos capaces de proveer para fundar un juicio no garantiza que lo consideremos bien fundado.
No podemos. Este no fue un juicio fundado. Recapitulando, entonces, podemos decir que se requieren las siguientes condiciones para fundar un juicio: 1. A los juicios que no satisfacen estas cinco condiciones los llamamos juicios «infundados». Lo que hace a los juicios diferentes de las afirmaciones, esto es, lo que los hace ser acciones diferentes, son los compromisos sociales que ambos implican.
Cuando emitimos un juicio nos comprometemos, primero, a tener la autoridad que nos permita emitir ese juicio y, segundo, proporcionar fundamentos para ese juicio.
El juicio, sostenemos, tiene una doble cara. Es como el dios Jano. Una cara mira hacia el mundo, la otra mira hacia el ser que somos. Insistimos, estemos conscientes de ello o no, los juicios siempre hablan de quienes los emiten. El gran precursor de esta mirada profunda al alma humana fue Friedrich Nietzsche.
Y particularmente revela las emociones desde la cuales tales ideas se emiten. Los juicios nos permiten reducir la incertidumbre con la que inevitablemente penetramos por las puertas de la temporalidad. Pero con ello no agotan su importante papel en la vida de los seres humanos. Los seres humanos, hemos sostenido, no pueden vivir sin conferirle sentido a la existencia. Para vivirla, tenemos que generarle sentido.
Para Nietzsche, los seres humanos son seres morales por excelencia, seres que no pueden prescindir del imperativo de conferir sentido a sus vidas y, por tanto, de conferirles valor.
Pues bien, es en el terreno de los juicios en el que los seres humanos libran la batalla del sentido de la vida. Es a nivel de los juicios donde se define el sentido o sin sentido de la existencia. Ellos comprometen la vida misma. Cuando hablamos de virtudes, se trata de aquellos juicios que, dentro de una particular comunidad, se seleccionan como los que aseguran la mejor convivencia entre sus miembros, asimismo como los ideales morales asociados a los seres humanos. La primera de ellas se refiere a aquellas personas que se caracterizan por vivir de juicios ajenos y que, por lo tanto, no se constituyen como centro generador de los juicios que rigen su propia existencia.
Dado que es inherente a los juicios el que estos puedan ser discrepantes sobre los mismos asuntos, vivir en la inautenticidad se traduce frecuentemente en una condena permanente al sufrimiento, en la medida que resulta imposible satisfacer a todos alrededor. Un juicio diferente es tratado como error, como falsedad.
Hemos creado el terreno para el fundamentalismo y la intolerancia. Tiendo a tratar los juicios como rasgos permanentes. Clausuro las posibilidades de aprendizaje y, por lo tanto, restrinjo la plasticidad de la vida.
Cuando no caen en el resentimiento, caen, en cambio, en euforias u optimismos ficticios. La incapacidad de fundar juicios, se traduce en una forma de vida infundada. Y aunque podamos vivirlos como juicios nuestros, no somos realmente nosotros los que los poseemos. El ser humano que logra acceder a todo su potencial de libertad, es aquel que somete su existencia al rigor de la autenticidad, que aprende a enjuiciar los juicios, a evaluar las evaluaciones, a examinar los valores que encuentra a la mano.
Por sufrimiento entendemos algo diferente. El sufrimiento, a diferencia del dolor, surge de las interpretaciones que hacemos sobre lo que nos acontece y, muy particularmente, de los juicios en que dichas interpretaciones descansan.
Tomemos algunos ejemplos. Modificando los juicios que hago sobre aquello que nos sucede, podemos encontrar un mecanismo efectivo para aliviarnos del sufrimiento. Dentro de ellos cabe destacar la figura de Epicteto, aquel esclavo griego que viviera en la segunda mitad del siglo I y comienzos del II d. C, en el tiempo de los romanos y con quien el emperador Adriano tuviera largas conversaciones.
Dentro de las recomendaciones que nos hace Epicteto destaca la siguiente: «No es lo que ha sucedido lo que molesta a un hombre, dado que lo mismo puede no molestar a otro. Es su juicio sobre lo sucedido». Primero, no estamos sosteniendo que haya que —o que sea incluso posible— eliminar toda forma de sufrimiento humano. Pero en la medida en que aceptemos que los juicios representan el sustrato de toda forma de sufrimiento, le conferimos obligadamente prioridad al dominio del lenguaje.
Al hablar de promesas, peticiones y ofertas, sostuvimos que nos comprometemos a la sinceridad de lo que prometemos o vamos a prometer, como a que tenemos la competencia para ejecutar lo prometido. Pues bien, todas estas condiciones, todos estos compromisos involucrados en el hablar, involucran juicios que hacemos en cada uno de los casos.
Estamos usando el lenguaje para enjuiciar el hablar. Del laberinto del lenguaje no hay posibilidad de salida. Todos estos juicios sientan las bases para un juicio que es viga maestra de toda forma de convivencia con otros: el juicio de la confianza. Dada la capacidad recursiva del lenguaje, podemos incluso hablar de autoconfianza, o de la confianza que nos tenemos a nosotros mismos.
Miremos las afirmaciones. Examinemos ahora las declaraciones. Se trata del dominio que llamamos de la confiabilidad. Se trata de personas que pueden haber sido sinceras en el momento de hacer una promesa y que tienen la competencia como para hacer lo que prometieron. Sin embargo, dado que suele existir un tiempo entre el momento de hacer la promesa y el momento de cumplirla, la sinceridad no garantiza cumplimiento y estas personas —por motivos muy diversos— resulta que tienen una historia de incumplimientos.
Nuestra respuesta es afirmativa. Nos referimos al respeto por el otro, al respeto que en la convivencia social nos brindamos los unos a los otros en cuanto personas. Humberto Maturana llama a lo anterior amor. Estamos, sin embargo, hablando de lo mismo. Por ejemplo, el tema del escuchar se ha convertido en una inquietud importante en nuestras relaciones personales.
Es frecuente escuchar la queja: «Mi pareja no me escucha». No se dan cuenta de que ser maravillosos con las personas significa 'escuchar' bien». Peters recomienda «obsesionarse con escuchar». El escuchar es el factor fundamental del lenguaje. Hablamos para ser escuchados. El escuchar valida el hablar. Es el escuchar, no el hablar, lo que confiere sentido a lo que decimos. Las pocas cosas que se han escrito son generalmente de dudosa calidad. Durante siglos hemos dado por sentado el escuchar.
Normalmente suponemos que para escuchar a otras personas solamente tenemos que exponernos a lo que dicen —debemos estar con ellas, hablarles, hacerles preguntas. Suponemos que haciendo esto, el escuchar simplemente va a ocurrir.
No estamos diciendo que esto no sea importante o necesario. Lo que decimos es que no es suficiente. Shannon, entre otros. Esto sucede, a lo menos, por dos razones. No nos preguntamos si tiene sentido para el televisor la imagen recibida. No podemos abocarnos a ella sin considerar la forma en que las personas entienden lo que se les dice.
Los seres humanos, como todos los seres vivos, son sistemas cerrados. Son «unidades estructuralmente determinadas». De la misma manera, no escuchamos los sonidos que existen en el medio ambiente independientemente de nosotros. Este es un punto crucial. Normalmente damos por sentado que lo que escuchamos es lo que se ha dicho y suponemos que lo que decimos es lo que las personas van a escuchar.
Se le asocia a la capacidad de distinguir sonidos en nuestras interacciones con un medio que puede ser otra persona. Escuchar pertenece al dominio del lenguaje, y se constituye en nuestras interacciones sociales con otros. No hay escuchar si no hay involucrada una actividad interpretativa.
Efectivamente, podemos escuchar los silencios. Por ejemplo, cuando pedimos algo, el silencio de la otra persona puede ser escuchado como una negativa.
Esto es lo que permite el desarrollo de lenguajes para los sordos. Si no conocemos el significado de una palabra, consultamos un diccionario. En un diccionario, el significado vive en un universo de palabras. Decimos que cuando hablamos actuamos, y cuando actuamos cambiamos la realidad, generamos una nueva. Juega un papel en nuestro horizonte de acciones posibles. A esto le llamamos la capacidad generativa del lenguaje —ya que sostenemos que el lenguaje genera realidad.
Ludwig Wittgenstein, dijo que «El significado de una palabra es su uso en el lenguaje». Sostenemos que si queremos captar el sentido de lo que se dice, debemos examinar las acciones involucradas en el hablar. Esto es clave para comprender el escuchar. Tercero, escuchamos el nivel de las acciones que nuestro hablar produce.
Examinemos algunos ejemplos. No nos olvidemos que decimos lo que decimos y escuchamos lo que escuchamos. En todos estos ejemplos, lo que escuchamos simplemente no fue dicho, pero no por eso implica que escuchamos mal.
Y se supone que estas intenciones residen en nuestra conciencia o mente. Esto es precisamente parte de la labor del terapeuta. Este se permite impugnar las «razones» del paciente y ofrecer «razones» diferentes.
Las intenciones inconscientes son aquellas que, supuestamente, residen en el inconsciente y logran ser «descubiertas» por el terapeuta. Ahora en vez de una mente, sucede que tenemos dos: una consciente y otra inconsciente. La humanidad ha estado atrapada en este supuesto desde hace mucho tiempo. Gran parte de los dioses que los seres humanos se han dado en el curso de la historia, fueron inventados a partir de este supuesto.
Escribe Nietzsche: « Sin acciones no hay «yo» y sin «yo» no hay acciones. No viene al caso, por lo tanto, buscar nuevas clases de intenciones para entender el comportamiento humano, como lo hiciera Freud. Sostenemos que no. Es un relato que fabricamos para darle sentido al actuar. En vez de buscar «razones» para actuar en la forma en que lo hacemos, tenemos relatos, «historias». Ni nosotros, cuando hablamos del sentido de nuestras acciones, ni el terapeuta cuando nos ofrece sus interpretaciones.
El hecho de que tengamos historias acerca de nuestras propias acciones no las hace verdaderas. Esto nos permite apoyar o refutar algunas interpretaciones. No estamos diciendo que, por ser interpretaciones, todas ellas sean iguales. Historias diferentes crean mundos diferentes y formas de vida diferentes. Nuestras historias no son, en modo alguno, triviales. Las inquietudes son interpretaciones del sentido de nuestras acciones. No hay salida de las redes del lenguaje. El punto que deseamos enfatizar, sin embargo, es que estas interpretaciones —estas historias—, residen en el escuchar de las acciones.
Las inquietudes son distintas de las intenciones, puesto que ellas no residen en el orador sino en el que escucha. Nosotros proponemos hablar de inquietudes. Cuando escuchamos, por lo tanto, escuchamos las inquietudes de las personas. Esto es lo que me permite escuchar que alguien desea hacerse rico cuando dice que quiere dedicarse a los negocios. Por el contrario, somos activos productores de historias.
Quienes saben escuchar son buenos constructores de narrativas, buenos productores de historias. Estas preguntas nos permiten comprender los hechos, emitir juicios bien fundados y elaborar historias coherentes. Los que saben escuchar no aceptan de inmediato las historias que les cuentan. No se satisfacen con un solo punto de vista. Al reemplazar las intenciones por las inquietudes se realiza un vuelco copernicano.
Los seres humanos estamos obligadamente comprometidos con el mundo en que vivimos. Una de las grandes contribuciones de Heidegger ha sido el postular que no podemos separar el ser que somos, del mundo dentro del cual somos. Todo hablar es capaz de abrirnos o cerrarnos posibilidades. Cuando escuchamos, por lo tanto, lo hacemos desde nuestro compromiso actual con el mundo.
Cuando hacemos este juicio, podemos adoptar una actitud neutral frente a lo que se dijo. Pero nuestra capacidad de escuchar algo en forma neutral proviene siempre de nuestro grado de compromiso con el mundo. El compromiso es primario, la neutralidad es siempre un derivado. Esto se resuelve formulando una pregunta acerca de las inquietudes del orador. Cuando conversamos, bailamos una danza en la que el hablar y el escuchar se entrelazan.
Todo lo que uno dice es escuchado por el otro, quien fabrica dos clases de historias. Los sonidos emitidos dejan de ser simplemente ruidos y pasan a ser palabras, oraciones, narrativas. Su intercambio constituye el mundo de las conversaciones. Su mirada, por lo tanto, es existencial. Depende de los juegos de lenguaje que se sea capaz de inventar. Es lo que hemos llamado inquietud. La convivencia con otros descansa, en una medida importante, en nuestra capacidad de atendernos mutuamente, de hacernos cargo de las inquietudes que mutuamente tenemos.
Con ello procuramos evitarle a la otra persona que llegue al punto en que tenga que pedir. Sabemos que cuando se pide, de alguna forma ya se llega tarde.
En muchas circunstancias ello no se puede evitar. Un buen servicio, por muy importante que sea, no sustituye un producto que no requiere del servicio. El saber escuchar las inquietudes del cliente, para luego poder hacernos cargo de ellas, es factor determinante en nuestra capacidad de producir calidad. Mientras menos se tenga que pedir, mejor. Es lo que normalmente hace un buen vendedor.
En otras palabras, el hablar rearticula el mundo como espacio de lo posible. Luego que alguien dice algo, nuevas posibilidades emergen y antiguas posibilidades dejan de existir. Lo que antes estaba cerrado se abre y lo que estaba abierto se cierra. Nos podemos preguntar sobre las nuevas oportunidades que se generan a partir del hablar; sobre las nuevas amenazas que se levantan; podemos preguntarnos sobre las acciones que permiten hacerse cargo tanto de las unas como de las otras.
Pero en su quehacer concreto, ese reconocimiento existe. Son personas a quienes no se les escapa que a partir de que se dijo algo, emergen o se diluyen posibilidades. Lo dicho nos lleva a reconocer el poder de las conversaciones. En ello reside el gran poder de las conversaciones.
Lo mismo sucede con los grandes creadores. Lo que estamos sosteniendo es que en el hablar, como una forma importante del actuar, se constituye el ser que somos. Se trata de un escuchar que trasciende lo dicho y que procura acceder al «ser». Si aceptamos que el lenguaje es constitutivo de los seres humanos, pareciera superfluo preguntarse acerca de las condiciones necesarias para escuchar.
Hay personas que escuchan mejor que otras. Al hacer esto contribuimos a disolver uno de los muchos misterios que rodean el lenguaje. Al identificar las condiciones requeridas para escuchar, podemos intervenir a nivel de ellas y mejorar nuestras competencias para un escuchar efectivo. Habiendo dicho lo anterior, nos damos cuenta de que esta misma pregunta acerca de las condiciones requeridas para escuchar puede ser contestada en dos niveles diferentes.
El respeto mutuo es esencial para poder escuchar. Que al hablar hacemos accesible nuestra alma. Que hay en ello una particular apertura hacia el otro. Dice: «En las relaciones humanas, lo importante es Para lograr esto, la apertura es necesaria. Sin esta clase de apertura mutua no pueden existir relaciones humanas genuinas.
Cuando dos personas se entienden, ello no significa que una «entiende» a la otra en el sentido de «escrutarla». La apertura hacia el otro, por lo tanto, incluye el reconocimiento de que debo aceptar algunas cosas que van en mi contra, aun cuando no haya nadie que me lo pida». Somos incluso un misterio para nosotros mismos.
Cuando escuchamos a otros, nos abrimos a ellos inventando historias sobre ellos mismos, basadas en nuestras observaciones. Para contestar a esta pregunta debemos dar un corto rodeo. Ser humano significa compartir una forma particular de ser, la manera humana de ser. Podemos decir, por lo tanto, que todos los seres humanos comparten una misma forma de ser, aquella que nos hace humanos. Aun cuando se trate de individuos a los que les pueda faltar algunos de sus miembros, ello no los hace menos humanos.
Todo ser humano, por lo tanto, es un ser humano completo, en cuanto ser humano. Ser humano significa hacerse cargo en forma permanente del ser que se es. Los seres humanos no tienen una esencia fija. Esto hace que el tiempo sea un factor primordial para los seres humanos. La forma en que cuidamos de nosotros mismos, la manera en que abordamos el sentirnos incompletos, nos hace ser individuos muy diferentes. Todos resolvemos los enigmas de la vida de diferentes maneras.
Sin embargo, al mismo tiempo, somos «personas» diferentes. Es porque somos diferentes que el acto de escuchar se hace necesario. Por lo tanto, dado que somos sistemas cerrados, se deben realizar dos movimientos fundamentales.
Por una parte, debemos distanciarnos de «nosotros mismos», de esa manera particular de ser que nos diferencia de los otros individuos. Al hacer esto aceptamos la posibilidad de que existan otras formas particulares de ser, otras «personas», diferentes de la nuestra. A esto se refiere Gadamer cuando habla de «apertura».
Esto es lo que nos permite comprender las acciones de otras personas, comprender a las personas que son diferentes de nosotros. El primero nos saca de nuestra «persona», de esa forma particular de ser que somos como individuos. Contenemos las posibilidades de cualquier otro ser humano. Usualmente, esto define lo que esperamos escuchar. Siempre estamos en un estado emocional u otro.
Si nos interesa escuchar efectivamente, deberemos habituarnos a observar, en primer lugar, nuestro estado emocional cuando conversamos y, en segundo lugar, el estado emocional de la persona con quien conversamos.
No olvidemos que decimos lo que decimos y escuchamos lo que escuchamos. Diferentes estados emocionales producen un escuchar distinto. Hay muchas maneras de juzgar el estado emocional de las personas. Lo que dicen normalmente lo refleja. Un experto en trabajo corporal comentaba una vez que la forma en que nos paramos revela la forma como nos «paramos en el mundo». Otro factor que debe ser mencionado es nuestra historia personal.
Generalmente nos sorprendemos al observar cuan diferente ha sido el escuchar de cada uno, lo que el mismo poema fue capaz de evocar en diferentes individuos. Siempre escuchamos a partir de esa historia. Nuestra historia de experiencias personales se reactualiza en la capacidad de escuchar que tenemos en el presente. Esta historia personal abre o cierra nuestro escuchar.
Es uno de los principales filtros que siempre tenemos con nosotros cuando nos comunicamos. No olvidemos que hablamos para ser escuchados. Por lo tanto, debemos hablar siempre en una forma tal que nos permita juzgar que la persona con quien hablamos nos va a poder escuchar aquello que queremos decir. Estos juicios abarcan dominios muy diferentes.
Hay un dominio, sin embargo, que, tal como fuera reconocido anteriormente, tiene especial importancia en el modo en que somos escuchados: el dominio de la confianza. Se hacen de esa forma simplemente porque esa es la forma como en esa comunidad se hacen las cosas. Muchos factores intervienen en la forma en que escuchamos y en la forma en que se nos escucha. Examinaremos cada uno de ellos por separado. El primero de estos supuestos, se sustenta en un dualismo originario.
El ser humano, se sostiene, es un ser pensante, un ser racional. Esta misma recursividad nos transforma en seres reflexivos, capaces de cuestionarse, de interpretarse, de buscar explicaciones. Desde esta perspectiva, por lo tanto, tiene perfecto sentido el reconocernos como seres racionales. El lenguaje es primario. Ello nos permite decir, por ejemplo, como lo hace Hegel, que todo lo real es racional. Ella se ha disociado de la capacidad interpretativa de los seres humanos. Desde nuestra perspectiva, no tiene sentido decir que el mundo es racional.
En un sentido fundamental, ambos se constituyen en simultaneidad y por referencia al otro. Casi tan transparentes como el parabrisas que tenemos por delante y que no vemos en cuanto parabrisas. Obviamente que no. Volvamos a algunos de los ejemplos anteriores y examinemos algunas situaciones en las que la transparencia se quiebra. Un quiebre, por lo tanto, es un juicio de que lo acontecido altera el curso esperado de los acontecimientos.
Y no lo es por cuanto el perro no tiene un juicio sobre el sentido de lo que ha acontecido, como tampoco tiene juicios sobre lo que era esperable que sucediera. Quiebres negativos y positivos Todo quiebre, por lo tanto, modifica el espacio de lo posible y transforma nuestro juicio sobre lo que nos cabe esperar. Lo vivimos como un quiebre negativo. Ello nos permite hablar de quiebres positivos. No todo, sin embargo.
Normalmente eludimos tener problemas. No eludiremos necesariamente tener quiebres. Con ello se abre la posibilidad de observar del observador que emite un juicio sobre el juicio que genera el quiebre como quiebre.
No tenemos que esperar que nos sucedan. O la cambio o la termino». Lo dicho nos permite identificar dos formas de ocurrencia de los quiebres. Por lo tanto, cuando estos acontecimientos tienen lugar, parecieran no necesitar que hagamos juicio alguno.
Lo mismo sucede con el signo positivo o negativo de lo que solemos considerar como quiebre. Un acontecimiento es negativo, el otro positivo, punto.
Aque- llo que puede ser perfectamente aceptable para uno, puede ser declarado inaceptable para otro. Al declarar el quiebre creamos un nuevo espacio de posibilidades para nosotros. Tampoco nosotros nos concebimos como sujetos operando en un mundo. Hubert L. Hemos concluido, por lo tanto, que al cambiar nuestra forma de actuar, cambiamos nuestra forma de ser.
Nuestra identidad depende de las acciones que realicemos. Sin embargo, visualizamos dos problemas a partir de esto y de ellos queremos hacernos cargo. Suponemos que sabemos lo que ella es. Por supuesto que no. Al menos, es lo que suponemos. Sostenemos que no hay forma de escapar del lenguaje, no hay salida posible. Los seres humanos vivimos atrapados en el lenguaje. Es importante observar nuestras distinciones como tales y no meramente como nombres de cosas.
Las cosas no tienen nombres. Nosotros se los damos. Y el proceso de darles nombres a menudo las constituye en las cosas que son para nosotros. Las distinciones son obra nuestra. Al hacerlas, especificamos las unidades y entidades que pueblan nuestro mundo.
Es por esto que decimos reiteradamente que, aunque vemos con nuestros ojos, observamos con nuestras distinciones. La gente con diferentes conjuntos de distinciones vive en mundos diferentes. Ciertamente nuestros sentidos juegan un papel importante en lo que observamos. Para poder observarlos, debemos traerlos, directa o indirectamente, al terreno de nuestra experiencia.
Se necesita una experiencia perceptual. Podemos ver algo, pero aquello que ese algo es para nosotros va a depender de nuestras distinciones. Y otros tantos observaban objetos luminosos en un universo abierto e infinito.
Diferentes distinciones, mundos diferentes. Las distinciones que usamos al emitir juicios son de esta clase. Confundimos, por lo tanto, lo que pertenece a la esfera de los nombres, con lo que pertenece a la esfera de lo que ellos especifican. Como veremos, esta pregunta no tiene una respuesta simple. Recordemos la sentencia de Ludwig Wittgenstein, «el significado de una palabra es su uso en el lenguaje». Ello por dos razones. Esta es una manera muy diferente de hablar acerca de mis acciones.
Sostenemos que lo que las caracteriza es el hecho que le da sentido a lo que yo estaba haciendo. Todas estas aseveraciones interpretan lo que yo estaba haciendo y, para hacerlo, suponen que al actuar, me estoy haciendo cargo de algunas inquietudes. Esto sucede porque llevan a cabo sus observaciones desde sus propias y distintas inquietudes.
Pero existe otra ventaja adicional para aceptar el enfoque que proponemos. Fernando Flores, en su tesis doctoral, nos proporciona un ejemplo interesante que ilustra lo que estamos diciendo.
Y, por lo tanto, se esconde la res- ponsabilidad que nos cabe al hablar. Repitamos nuevamente: nuestro hablar no es trivial, cambia nuestro mundo y da forma a nuestra identidad.
Nuestro hablar no es tampoco inocente, somos responsables de las consecuencias de lo que decimos y de lo que no decimos. Hay evidentemente una importante diferencia entre hablar acerca de algo y hacerlo. La diferencia consiste en que se trata de dos clases de acciones diferentes. Esto es precisamente lo que puede hacer el lenguaje gracias a su capacidad recursiva.
Si descubrimos que no podemos hacer un determinado corte, podemos suspender lo que estamos haciendo y replegarnos para especular sobre otras maneras de hacerlo. Puede suceder, sin embargo, que no logremos descubrir una mejor manera de hacer el corte en la roca. Como podemos ver, esto puede dar infinitas vueltas.
Por lo tanto, al reflexionar podemos incrementar el poder de nuestras narrativas y, consecuentemente, el sentido de nuestras acciones. Siempre actuamos dentro de un determinado horizonte de posibilidades.
No perdamos de vista que cuando hablamos de posibilidades estamos siempre pablando del rango de acciones posibles. La posibilidad siempre se refiere a acciones posibles. El reflexionar acerca de nuestros horizontes de posibilidades constituye otra manera de intervenir en nuestras acciones. Al hablar de estrategia las condiciones son muy diferentes. Este es su valor e importancia. Institucionalizamos determinadas maneras de enfrentar algunos acontecimientos, de hacer las cosas, de ocuparnos de ciertas inquietudes y quiebres.
Estas acciones recurrentes difieren de las acciones contingentes. Por de pronto, las podemos prever. En una determinada sociedad podemos esperar que la gente se comporte de una determinada manera cuando enfrenta cierto tipo de quiebres. Muchas otras veces son generadas por accidente y se mantienen simplemente porque funcionan y porque no aparece nadie con una alternativa mejor.
La gente hace las cosas en la forma establecida sin siquiera pensar en las acciones que realiza. Muy a menudo, por lo tanto, ellas se ejecutan como acciones no deliberativas no conscientes. Hay muchas cosas que no necesitan ser explicitadas. Cuando la gente sabe bailar, sus acciones y sus pasos se desenvuelven en forma transparente. Pueden «dejarse llevar», disfrutar la danza y concentrarse en otras cosas.
Lo mismo sucede en los deportes. Esto sucede en todos los dominios de nuestras vidas. Simplemente no nos damos cuenta de que otra gente puede abordar los mismos quiebres de manera muy diferente. El hecho de tener a muchos individuos operando transparentemente de una manera consistente conlleva muchas ventajas. Lo que nosotros haremos, sin embargo, es utilizar la propuesta de Wittgenstein a la inversa. Pero esto es ya materia de otro libro.
Lo que no es tan habitual, sin embargo, es utilizar este mismo procedimiento en sentido contrario. No hay nada de trivial en ello. Cuando jugamos un juego podemos identificar diferentes clases de reglas. El objetivo del juego, al nivel de la inquietud de la que se hace cargo, es ganar el partido.
Pero existe una determinada forma de hacerlo. Ello implica efectuar un conjunto de actos declarativos que generan tal mundo, sus entidades, su espacio y su tiempo. Ahora podemos hacernos cargo de los quiebres recurrentes con acciones recurrentes. Cada vez que alguien habla, hay alguien escuchando. Generalmente el que escucha es otra persona. Por otra parte, cuando escuchamos, siempre hay alguien hablando. Nuevamente, este hablar puede provenir de otra persona o de nosotros mismos.
Aun cuando escuchamos silencios existe el hablar de lo que nos contamos acerca de ellos. Por lo tanto, cada vez que nos ocupamos del lenguaje estamos tratando, directa o indirectamente, con conversaciones.
Podemos distinguir varios tipos de conversaciones. Podemos observar que tenemos una capacidad interminable para hacer distinciones acerca de conversaciones.
Finalmente, examinaremos la importancia de las conversaciones en las organizaciones empresariales. La forma en que nos hacemos cargo de ellos es realizando acciones. Es interesante detenernos a examinarla. Buscamos responsables, culpables, y, no satisfechos con encontrarlos, procedemos ahora a emitir juicios contra ellos.
Por lo general tenemos nuestros culpables favoritos. No porque el hecho sea el mismo, e. Hay quienes, nos indica Seligman, se hacen responsables de todo lo que les acontece. Hay otros, en cambio, que escasamente asumen responsabilidad ellos mismos y que normalmente culpan a otros, o le atribuyen los acontecimientos al azar, a la mala suerte. El segundo dominio es el que podemos llamar el dominio de la inclusividad.
Cada quiebre acontece en un dominio particular de la vida de las personas. Un juicio diferente, una distinta forma de ser, una vida diferente. Cada quiebre acontece en el tiempo y tiene consecuencias en el tiempo. Nunca o siempre, son las alternativas disponibles. Juicios muy diferentes, mundos y experiencias distintas.
No olvidemos, sin embargo, que los quiebres pueden ser tanto negativos como positivos. Lo inverso sucede con los que tienden a culpar a otros frente a lo negativo. En el dominio de la inclusividad, quienes suelen generalizar las consecuencias de los quiebres positivos, pueden muchas veces sostener la particularidad de los negativos.
A la inversa, quienes limitan lo positivo a lo particular, muchas veces generalizan de lo negativo. Y en el dominio de la temporalidad, suele suceder lo mismo. Hay muchas personas que hacen el mismo tipo de juicios en ambas situaciones.
Lo que importa es reconocer que la forma como enjuiciamos los quiebres negativos, no predice necesariamente la forma como enjuiciaremos los positivos. Demos un ejemplo. Le pedimos a uno de nuestros empleados que obtenga una importante cuenta para la empresa.
Nosotros consideramos que esto constituye un quiebre importante para la empresa. No quiero explicaciones, sino resultados. Ahora vuelva a su trabajo y busque otras formas de obtenernos esa cuenta.
Las historias pueden, frecuentemente, ser una poderosa fuerza conservadora. Tenemos una capacidad infinita para las historias y los juicios personales. Nos convertimos en prisioneros de nuestras historias y juicios personales. Terminamos hablando sin parar, a veces a otras personas, otras veces a nosotros mismos, sin que desarrollemos otras acciones. Pasan de uno a otro, en una cadena sin fin. Su objetivo es lograr que algo pase, es intervenir en el estado actual de las cosas.
Cuando entramos en ellas, procuramos cambiar aquello que produce el quiebre o hacernos cargo de sus consecuencias. Estamos modificando las cosas respecto de su estado actual y, por lo tanto, estamos produciendo un vuelco en el curso normal de los acontecimientos. Muchas personas suelen tener dificultades para pedir ayuda. Ellos determinan lo que definimos como posible para nosotros.
En el mundo de hoy no es posible vivir en la completa autosuficiencia. Somos dependientes los unos de los otros. Tenemos que aprender, por lo tanto, a colaborar con otros, a apoyarnos mutuamente, a coordinar acciones juntos. No se ve, por lo tanto, el poder que tienen las conversaciones para cambiar el estado de las cosas. No se aprovecha la naturaleza activa del lenguaje para transformar las realidades existentes y generar otras nuevas.
Vemos dos clases diferentes de razones para ello. Trataremos estas dos situaciones separadamente. Las posibilidades son inventos que generamos en conversaciones.
Tenemos, por lo tanto, un quiebre. Y, de mi parte, estoy muy abierto a escuchar su punto de vista. A menudo su tarea es, precisamente, la de abrir conversaciones con quienes no resultaba posible abordar ciertos temas. A estas conversaciones previas les dieron el nombre de «conversaciones acerca de conversaciones». Nos hemos estado ocupando de las conversaciones disponibles cuando tenemos un quiebre. Tampoco estamos planteando que otras conversaciones sean menos importantes que las que hemos mencionado arriba.
Postulamos que nuestras conversaciones generan el tejido en el que nuestras relaciones viven. Las conversaciones y las relaciones son una misma cosa. Para una pareja, por ejemplo, su vida sexual puede ser tan importante como sus conversaciones. Advertimos que no estamos diciendo que la actividad sexual misma sea indiferente para el juicio que tengamos de ella.
Obviamente no. Los seres humanos no tienen plena libertad para sostener las conversaciones que deseen. En otras palabras, no necesariamente ello es declarado como un quiebre por todos. Hasta ahora, sin embargo, hemos tratado la actividad sexual y el juicio que se tenga de ella como esferas separadas.
No lo son. Los animales somos seres sexuales. El mismo tipo de razonamiento podemos hacer con respecto al nivel de ingreso o cualquier otro factor no conversacional que estimemos que afecta nuestras relaciones personales. Pero nuestras conversaciones tienen el poder de llevarnos a modificar aquello que no funciona. Esto no tiene nada de malo. Al hablar, actuamos. Eso es lo que hacemos con los secretos.
Los seres humanos estamos constantemente charlando con nosotros mismos. Emitimos juicios acerca de casi todo. Sostenemos conversaciones sobre nuestros deseos y sobre el futuro. En vigilia, estamos constantemente inmersos en conversaciones privadas. Usual-mente, nos reservamos muchas conversaciones. Nuevamente, no hay nada cuestionable en ello.
Simplemente, nos encontramos en ellas. Y no se asume responsabilidad por la forma en que las conversaciones configuran nuestras relaciones. Nuestras relaciones personales pueden verse perjudicadas al abrir indiscriminadamente en ellas todas nuestras conversaciones privadas.
A menudo las conversaciones privadas interfieren en nuestra relaciones con otros, obstruyendo posibilidades de coordinar acciones en conjunto. El lenguaje nos permite coordinar acciones con otros para coordinar acciones con ellos. El lenguaje, dijimos, nos permite coordinar acciones con otros. De ninguna manera significa esto que estemos negando la validez de nuestro postulado. Comprender el hablar no era suficiente. Esto es particularmente importante en las relaciones interpersonales.
Esto no niega que cada vez que hablamos, actuamos. Si nos preguntan quienes somos, contamos una historia. Nuestra identidad se constituye como una historia que contamos acerca de nosotros mismos. Es una historia que nos posiciona en un mundo. Y cuando nos preguntan acerca del mundo, contamos otra historia.
Esto es constitutivo del ser humano. A veces, sin embargo, nos parece que los creadores de mitos eran nuestros antepasados y no nosotros. Generalmente, no vemos nuestros mitos como mitos ni nuestras historias como historias. No nos damos cuenta de que incluso lo que decimos acerca de nuestros antepasados es una historia. No hay salida. No podemos escapar del tejido que creamos con nuestras historias. Las historias funcionan como refugios para los seres humanos. Toda sociedad es albergada dentro de algunas estructuras fundamentales compuestas de narrativas.
Las llamamos metanarrativas o metahistorias. Son componentes esenciales de una cultura particular. Caemos en una actitud pasiva de la cual no surgen compromisos para cambiar las cosas. Esas historias operan, en el decir de Antonio Gramsci, como el «cemento» que mantiene unidos a los individuos que integran el movimiento social.
Sus historias se entremezclan. Estamos usando el resultado como causa. Las conversaciones pueden crear esto. Se convierten en mejores refugios, mejores edificios en los que morar.
Estas nuevas estructuras han sido producidas por el lenguaje, en conversaciones. No es frecuente darnos cuenta de que nuestras conversaciones producen culturas positivas y negativas. Encontramos a algunas personas a quienes les va bien y a otras mal en sus relaciones.
Algunos de nosotros parecemos competentes para construirlas y otros parecen no saber hacerlo. Todo esto ocurre como si fuese decidido por la existencia de talentos personales ocultos.
Todos ellos pueden cambiar y la empresa puede seguir existiendo. Una empresa es una red estable de conversaciones. Como tal, genera una identidad en el mundo que trasciende a sus miembros individuales. Todos sus miembros individuales pueden cambiar, pero la empresa puede seguir siendo la misma entidad. Ciertamente las empresas cambian con el correr del tiempo, pero los cambios se producen dentro de una identidad continua.
Watson Jr. Las empresas constituyen un claro ejemplo del poder del lenguaje, del poder de las conversaciones. Es en las conversaciones que las empresas se constituyen como unidades particulares, circunscribiendo a sus miembros en una entidad. Lo que nos permite distinguir una unidad es el hecho de que podemos separarla de su entorno. Como sabemos, las promesas resultan de conversaciones.
En las organizaciones empresariales, la gente hace promesas en variados dominios. Esta red interna de promesas es lo que le permite a una empresa cumplir sus propias promesas como entidad en el mercado. Este trasfondo compartido es producido por un permanente hilado de conversaciones. Desde este trasfondo, la identidad personal de la gente se entremezcla con la identidad de la empresa. Esto es lo que se conoce como la «cultura» de una empresa.
Este es un aspecto importante para el funcionamiento de una empresa. El futuro compartido permite que aquellos que laboran en la empresa ejecuten acciones desde una base consensuada compartiendo inquietudes comunes y aspirando a metas comunes. Nuevamente, ahorra tiempo y recursos y aumenta la productividad de la empresa. Nuestro planteamiento principal es que todo esto ocurre en conversaciones. Este observador diferente puede revelar aquellos puntos ciegos que no son observados desde el interior de la empresa y puede intervenir en las conversaciones que constituyen a la empresa y cambiarlas.
Todos conocemos los resultados negativos que surgen de estas fallas. No obstante, nosotros planteamos que cualquier problema, sea o no estrictamente comunicativo, puede ser examinado desde la perspectiva de sus conversaciones subyacentes.
Si examinamos lo que los ejecutivos y gerentes hacen dentro y fuera de la empresa, nos daremos cuenta de que su trabajo consiste fundamental y casi exclusivamente en estar en conversaciones.
Lo que hacen los ejecutivos y gerentes es principalmente hablar, escuchar, comunicarse con otros, promover algunas conversaciones en la empresa y evitar otras. Su trabajo no comprende sino conversaciones. Normalmente, los ejecutivos y gerentes no son entrenados para observar la empresa desde la perspectiva de sus conversaciones.
Son conversaciones importantes para hacer de las organizaciones un espacio en el que los individuos encuentren sentido a su trabajo y a sus vidas y alcancen bienestar en ellos. Lo anterior tiene, al menos, tres implicaciones. Los seres humanos nos constituimos como tales en nuestra corporalidad, en nuestra emocionalidad, en nuestra capacidad de lenguaje. Al actuar, siempre lo hacemos dentro de un determinado espacio de posibilidades. Cuando un suceso nos conduce a modificar significativamente las fronteras de ese espacio de posibilidades, cuando nos vemos conducidos a variar nuestro jui- cio de lo que podemos esperar en el futuro, hablamos de un quiebre.
Un quiebre siempre implica un cambio en nuestro espacio de posibilidades. Cada vez que juzgamos que nuestro espacio de posibilidades ha cambiado, sea positiva o negativamente, estamos enfrentando un quiebre.
Lo que era posible en el curso normal de los acontecimientos se ha quebrado y ha surgido un nuevo espacio de posibilidades. Si el auto no se detiene cuando apretamos el freno, aparece la posibilidad de un accidente.
Cada vez que hay un cambio dentro de nuestro espacio de posibilidades, se generan emociones. Tomemos otro ejemplo. Este hecho hace que nuestro horizonte de posibilidades cambie. El futuro que tenemos por delante es ahora diferente. Podemos identificar los acontecimientos que gatillan las emociones. Los acontecimientos las preceden. El espacio de posibilidades en el que se encuentra ahora es otro. Es preciso, volviendo al ejemplo de Graves, «buscar la culebra».
En efecto. Si nos preocupa, por ejemplo, el hecho de que alguien se suele poner frecuentemente de mal humor, cabe que nos preguntemos por el acontecimiento o tipo de acontecimientos que producen este cambio emocional. Ellos se refieren a esos estados emocionales desde los cuales se realizan las acciones. Cuando los observamos, ya estamos sumergidos en ellos. Normalmente decimos, «Me siento feliz» o «Estoy confundido». Que el «Yo» es quien siente la felicidad. El «Yo» toma precedencia.
No nos damos cuenta de que lo cierto es precisamente lo contrario. Esto pasa normalmente con los acontecimientos importantes. Por ejemplo, cuando iniciamos un romance o cuando fallece alguien cercano a nosotros. Son todos muy diferentes.
Son todos muy distintos. La gente tiende a estar de diferente humor en primavera y en invierno. Y cuando hablamos de posibilidades nos referimos al espacio del acontecer y, por tanto, al espacio dentro del cual actuamos. Need an account? Click here to sign up. Download Free PDF. Dominguez Chavez. A short summary of this paper. Download Download PDF. Translate PDF. Es lo que llamamos un testigo. Las aseveraciones operan dentro de un espacio determinado consenso social.
Decir "seis pies de estatura " es una medida clara dentro de una comunidad determinada. Diferentes comunidades desarrolla diferentes consensos sociales, para aceptar algo como verdadero o falso. Estos consensos son obligatorios para los miembros de la comunidad.
Cada comunidad crea un consenso o "espacio declarativo" en el que los usuarios hacen diversas aseveraciones.
0コメント